Este post lo escribí esperando mi turno en el dentista.
Aunque apenas llegué estaba la secretaria, pronto se fue hacia las profundidades del consultorio, sin siquiera saludarme. Me hizo recordar las películas, cuando el protagonista entra en un lugar desconocido y alguna criatura subordinada del malo más malo espía entre las ramas, desde la oscuridad, y corre a contarle que alguien a vulnerado los límites de su territorio.
Y aquí en la sala de espera reina la quietud. Mientras el sol me abrasa la espalda, espero, en silencio, escuchando al sufrimiento susurrarme palabras perturbadoras al oido con su aliento helado (usa cierta marca de dentífrico que no quiero mencionar, que deja el aliento fresco). El miedo intenta seducirme al otro lado de la sala, pero debo ser más fuerte que él. Llevo casi cuarenta minutos aquí y debo resistir sólo un poco más, para enfrentarme por fin la némesis de mis afecciones dentales.
Update: Sobreviví, no tenía nada.