En unos días es Navidad, y vamos a estar todos embriagándonos con sidra y champagne
o con vino de tetra-brik. Pero la celebración comienza antes. No sólo con el pan dulce que los supermercados venden alegremente desde octubre, sino también con las putas hermosas tarjetas de navidad que la gente envía cada año — lo reconozco, soy de los que tienden a enviar tarjetas.
Mi problema no es con las tarjetas, es con el contenido de las tarjetas. Por año debo recibir una o dos tarjetas interesantes. El resto, si no son publicidad, son cosas del año anterior que reenvian reemplazando todo lo que decía “2010” por “2011”.
Para hacerlo más gráfico, mi bandeja de entrada estaba compuesta, más o menos, por esto:
Y en el último mes, aproximadamente, pasó a ser algo más tenebroso. La imagen grita por sí sola:
¡Díganme que no soy el único pobre diablo que se ve así de afectado por las fiestas!
[OT] Hay que quemar a todos esos negocios que ponen arbolitos de Navidad a principios de noviembre. Diluyen el espíritu navideño (si es que existe tal cosa).